El flujo guardián, la vida artificial del animal político, es la paradoja cumplida de un flujo de estado(s), una corriente estática, secuencia de escenas programadas, en buena parte autoejecutables, que es plenamente operativa cuando se despliega como una doble cabeza de captura y registro, dividida también en dos partes o apéndices. En cuanto captura manifiesta, el estado de guarda es palabra y acción, significado y constitución de la realidad; del lado invisible, es un fenómeno de difusión que combina la activación a corta distancia y la inhibición de largo alcance. Todo acto o palabra ejecutados, puestos en acción según las premisas de un movimiento detenido, secuencial, supone una aparente activación, algo que un sujeto hace, toma a su cargo, al precio de una inhibición acumulativa, un bloqueo progresivo de las funciones vitales, visible con el paso del tiempo. Las aparentes contradicciones de la política se explican por la complejidad del mecanismo de interacción entre lo que se promueve y lo que se inhibe, en ciclos periódicos que dan consistencia a un orden variable. Hablar y actuar, activar e inhibir, van de la mano y configuran el espíritu de la época; los campos semánticos se transforman al momento en campos de experiencia, de fuerza, de ejercicio del poder. Es lógico que las nuevas políticas de concentración parcelaria de los cultivos, surgidas después de la segunda guerra mundial, tuvieran el precedente de los campos de concentración, que a su vez prefiguraron, a modo de modelo tosco, experimental, las actualizaciones más logradas, sofisticadas, de los campos de detención y de refugiados modernos. Era la IDEA del momento, la imagen del pensamiento inoculada. Desde la perspectiva del dominio, si las condiciones son propicias, el cultivo agrícola no es un tema diferente a la muerte y esclavitud mecanizada de poblaciones enteras, al cuidado, manejo y cultivo de la vida humana. Ciertamente, la explotación de las pequeñas parcelas tradicionales, separadas por setos vivos o setos de piedra, no permitía incorporar la maquinaria agrícola moderna que se había desarrollado antes y durante la guerra. Para utilizar los tractores cada vez más potentes, los sistemas de irrigación más complejos, las enormes cosechadoras, se necesitaban grandes superficies sin obstáculos. Era necesario suprimir las antiguas separaciones, borrarlas del mapa, en beneficio de las grandes extensiones sin barreras aparentes. Las parcelas se reagruparon, a pesar de los conflictos, se arrancaron los setos, para que la agricultura intensiva fuera un hecho. Una sola idea, un mero proyecto, había bastado para modificar, remodelar sin miramientos, un número incontable de poblaciones y formas de vida. La supresión de obstáculos, de barreras, la unificación de la multiplicidad de parcelas, podría parecer un progreso, algo liberador, pero la consecuencia fue la generalización de los paisajes de monocultivo, la pérdida de la diversidad vegetal, la coagulación del campo, sin contar la influencia negativa sobre el medio ambiente, ya que la eliminación de los setos dejaba sin refugio a muchos animales y, al no retener el agua de las lluvias, incrementaba las inundaciones. La concentración parcelaria no pudo aplicarse con la misma intensidad en todas partes; fue profunda en las regiones llanas de los campos abiertos, y más difícil en las comarcas de montaña. Todo son campos, política de zonas de intervención, de relleno de campos, campo semántico inseparable del campo de fuerza, directriz de obra. El poder, la animación suspendida, es una neblina que cubre el valle de la tierra con sus ideas, con palabras de fuego que moldean, construyen y destruyen el mundo; la política tiene un origen metalúrgico, fundamento y fundición, flujo y estado sólido, sólo promueve, liquida y vuelve líquido, aquello que solidifica, coagula por otro lado. El lingote es el modelo estatal, del estado, la concentración de poder visible, el núcleo económico, burocrático del mando unificado. La alternancia de la dispersión y la concentración obedece a la misma lógica con que los efectivos de un ejército se dispersan o concentran, depende del enemigo a abatir, de la posición a conquistar. Es la orden universal, tajante, de un orden difuso, en continua difusión.
XXIV
Delante de la sede de distrito de una conocida gran ciudad, una anciana, apoyada en una muleta, megáfono en mano, grita lo que cualquiera puede ver si no está ciego. El cerco sobre la vida se estrecha cada un día un poco más, hasta tornar el mero hecho de vivir imposible. Es la música de sus palabras. En torno a la frágil figura, se congregan varias personas, atraídas como los nuevos fieles a un apóstol sin iglesia. Unas chicas aplauden. Desde una esquina cercana, unos hombres vestidos de faena miran la escena. Vaya par que tiene la abuela. No debería haber mayor problema. El ángel emisario, que observa desde las puertas del consistorio, no opina lo mismo; era pedir demasiado. Con evidentes signos de irritación, se dirige a la anciana. La conmina a callarse. No son maneras. La gente replica que no tiene derecho a mandarle que se calle. Es un espacio público. Y es que dice la verdad. El ángel azul, vestido con un chaleco reflectante, que se presenta a sí mismo como agente de la autoridad, por si no era obvio, contesta que sabe lo que dice y lo que se hace. Ustedes no la conocen. Esta mujer no está bien de la cabeza. Cada dos por tres está por aquí. Lo que dice no tiene ningún sentido. Evidentemente para el agente no. Todo el mundo se ha vuelto loco. Como nadie le da la razón, se da media vuelta y se va. El megáfono vuelve a resonar. Siguen los aplausos. Más gente alrededor. El pirulo este no me va a hacer callar. Ya está. El fuego divino se enciende en los ojos del ángel caído; va directo hacia el origen de la molestia. El Dios del terror y la ira lo acompaña. Intenta cogerle el megáfono con una mano mientras con la otra agarra el brazo de la muleta. La anciana se resiste. Antes los ángeles no eran así. Ni mucho menos. Grita. La multitud también. Aparece un hombre que se identifica como abogado. No puede hacer lo que está haciendo. Cómo le va a quitar el megáfono. Griterío general. Varias personas graban la escena con móviles. Un joven malvestido no cree lo que está viendo: Pero qué hace con la abuela. Al final, el agente desiste de su misión sagrada. Se retira con la llama de la autoridad. Como conclusión de la obra improvisada, el mismo joven incrédulo, se tira por los suelos, con los pantalones medio bajados; arquea el cuerpo como un gusano. Podemos interpretar que es una metáfora bien orientada. Quizá no se trata de una movimiento de autoorganización; en todo caso, alrededor de una minúscula resistencia, de una alteración sin importancia, se ha aglutinado, creado una comunidad fugaz, dispar, anónima, fruto de una mezcla de locura, diversión, descontento y desdicha. Por un instante, alrededor de un árbol viejo, lleno de ramas secas, todavía en pie, vuelven a bailar, entran en relación unos con otros como otros, derriban sus barreras sociales, surge una relación inesperada y espontánea. Hay que estar realmente mal de la cabeza para intentar quitar un megáfono a una anciana; considerar lo imprevisible, lo(s) incontrolado(s), como el mal en sí a extirpar de la tierra, es la marca de Caín que identifica a los guardianes. El ángel perdió las alas cuando se puso el uniforme. No fue lo único.
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XXIII
Las columnas de humo se vislumbraban en diferentes puntos de la ciudad, estela mortuoria que alternaba el blanco y el negro. Disparos de pelotas de goma como telón de fondo; a veces lejanos, otras veces más cerca, buscando tomar contacto. Ulular de sirenas en calles desiertas. Olor picante de los gases lacrimógenos. Las llamaradas reaparecían en la metrópoli; vuelta a los albores de la humanidad, a la invención del fuego, la rueda y la política. El ORIGEN tenía lugar ahora mismo. Era como si viera la ciudad por primera vez, con otros ojos, como si revelara su verdadera cara, faz terrible y despiadada, pero también más libre, liberada de sus máscaras, desnuda, despojada de los adornos, de las rutas fáciles y los hábitos aprendidos. No sabía nada; se daba cuenta que no sabía dónde estaba, dónde vivía. Estaba en medio de una guerra cruenta sin cuartel en la que se incubaba algo desconocido, tierra incógnita por explorar. El caos primordial bañaba las calles, llenas de residuos, hogueras y barricadas improvisadas. En el aire se respiraba una extraña inquietud, una mezcla de terror venidero, de miedo próximo, unido a una rara sensación de libertad, casi dolorosa. Temor y temblor. La ciudad aparecía por fin como un espacio libre con todas sus consecuencias; todo era posible, también lo peor, reino de la inseguridad y lo imprevisto, de la soledad y la compañía. Todo ahora y aquí; todo porvenir. Siguió caminando; no había motivo para detenerse.
XXII
El flujo guardián es un extraño movimiento vuelto primero en contra de sí mismo y luego contra los otros flujos; la tranquila ferocidad que aplica sobre los demás es proporcional al grado de ensañamiento consigo. La política es (la) práctica de esta inversión de flujo, cambio de polaridad, es el arte del estado, la estasis continua que promueve por un lado lo que detiene por otro, coagula sin piedad sus propias secreciones, castiga lo que induce y premia lo que prohíbe, carrusel de la sinrazón, como un padre que devora a sus hijos a medida que salen a la luz. El estado de guardia y de guarda aparece en todo su esplendor en el estado de excepción, apoteosis paradójica del dominio y la metamorfosis política, donde todo es posible bajo el mandato de una ley variable, una norma modulada en mil frecuencias. El futuro que (nos) aguarda es la equiparación, la indiscernibilidad del derecho y los hechos consumados; del gobierno elegido en las urnas y los gobiernos de concentración, de unidad, promulgados por instancias fuera de toda elección, inderogables; del tiempo sin valor, abierto, y la actualización constante de los valores éticos, económicos o logísticos, sujetos a cambios imprevisibles; de la vida como excepción y la instauración de una situación excepcional, gestada meticulosamente, con pasos calculados, que propone como solución la intensificación del problema, llevar al límite la excepcionalidad, hasta que nada sea excepcional, normalidad de lo inimaginable. Todo será NORMAL ahora. Después de un período de plena asistencia, prodigalidad de los servicios de atención; de la recogida de datos, de la confección de los censos y las tablas estadísticas; de la guarda de los individuos, los cribados, las inspecciones, los exámenes, la tutela de los sujetos del estado; se pasa, sin transición, a una progresiva desasistencia, a la promoción de un estado de desamparo ligado de forma indisoluble a un estado de excepción, a una liberación de los sujetos a su propia carencia y miseria, a una exclusión de los eslabones débiles de la cadena que el trabajo previo del estado ha marcado en su lista negra. El trabajo no los hizo libres, ahora lo serán, en una vuelta de tuerca cínica, para no poder hacer nada, para hundirse en la miseria; es la libertad de la impotencia, de la frustración, como la imagen negativa, paródica, de una existencia paraestatal. El flujo guardián está dejando ir lastre para ir más rápido, para salir a flote, evitar su propio naufragio, y ahogarse en su propia sangre; todo aquello que guardaba, la multitud de sujetos como unificación de flujos, es abandonado a su suerte, liberado a un mundo hostil que no cuida de ellos, rebaño conducido lentamente hacia el despeñadero, libre para saltar al vacío. La liberalización del estado, su fluidez extrema, sigue la máxima de dejar de cuidar todo lo que cuidaba hasta el momento, desocupar los flujos, despreocuparse, descuidarse de sus propias capturas y liberarlas, sin ser capaces de sobrevivir por ellas mismas, a un destino incierto, extensión desértica sin reservas de agua. El gobierno tiene como hito el desgobierno, es su finalidad última; el suicidio político será la escena de fin de siglo.
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