VII

El único y verdadero dios de la política es Jano, divinidad de los comienzos, los umbrales y las puertas, numen de la interrupción y de la biestabilidad de los flujos, ser bifronte, no es casual que las puertas de su santuario permanecieran abiertas todo el tiempo en que Roma estaba en guerra. Si el dios cristiano fue capaz de dar vida a un trozo de barro y tiene, en consecuencia, igual poder para devolver a la vida a un hombre muerto y reanimar su cadáver inanimado y podrido, convirtiéndolo en un cuerpo glorioso, "espiritual" e inmortal, milagro de la resurreción; el dios pagano une y escenifica en su propio rostro las dos funciones básicas del poder: ir del cadáver al cuerpo glorioso, o a la inversa, del cuerpo perfecto al cuerpo macilento sin vida. Según las circunstancias, ejercer el poder significa decidir, poner los elementos de la decisión, de quién alcanza la gloria, de un tipo u otro, o quién queda por el camino, campo de batalla sembrado de cadáveres, y qué lugar no es en la actualidad zona de guerra, o caída en desgracia más o menos pronunciada. Cuerpo glorioso tal cual aparece en las portadas de las revistas, las páginas digitales, en las escenas señaladas de las estrellas de cine o en las posturas imposibles de las porno-stars, ejecutadas con precisión mecánica y lubricadas como la más eficaz de las maquinarias; cuerpos inmortales y abstractos, imagen procesada hasta el agotamiento, espirituales porque ya no son corpóreos, músculos abultados o delgadez extrema, piel sin imperfecciones, recubierta de aceite, brillante, que en algún lugar del mundo también contemplan cuerpos famélicos, hinchados, con los ojos desorbitados, creyendo ver visiones, no saben si están en el infierno o el paraíso, si se trata de una broma de mal gusto. El ordenador sigue encendido, conectado a la red eléctrica, mientras afuera humean los cuerpos.