VIII

El arcano del poder no sólo es lo que (se) guarda, es el propio GUARDAR, la espera asociada y los costes emocionales derivados del estado de guardia permanente, el desgaste psíquico y físico, evidente en todo tipo de encierro, pero que no se observa menos en la aparente libertad en el seno de nuestras ciudades. La promoción de la seguridad, el cuidado en las formas, la vigilancia atenta, la regulación estricta, tienen como contrapartida un aplacamiento de los instintos, una disminución del umbral de percepción, una rigidez característica del cuerpo y estandarización de los movimientos que va unida a una mirada turbia, desconfiada, ojo apagado y cerebro de reducida actividad eléctrica. El gasto para el organismo es incalculable, agota fuerzas y recursos; las consecuencias para la vida cotidiana devastadoras: una vivencia del espacio indistinto, genérico, y de un tiempo que no pasa, materia amorfa, insustancial, donde todo es siempre lo mismo, sin diferencias apreciables. Una vez que se instauran las reglas y los protocolos de actuación, no queda por guardar sino silencio y respeto, igual afuera que adentro, en los actos y en los pensamientos, apenas un recuerdo puesto en movimiento, resorte disparado.