La interrupción es un don político, el don de la política, es imprescindible controlar los tiempos de las paradas y el momento propicio para la reanudación de los movimientos, prever las consecuencias y anticiparse a las acciones del adversario, tener preparadas las respuestas antes de que se formulen las preguntas, ser rápido en las reacciones, automatizar los medios de la producción, la gestión y la ejecución. El discurso es tan real como la propia realidad y hay que tratar a la realidad como si fuera un discurso que se ha de elaborar, retocar, modificar al infinito, hasta donde haga falta, sin importar a qué ni a quién afecte. Un hombre no es mejor que una palabra y nada lo diferencia, desde un punto de vista estratégico y funcional, de cualquier otro elemento sujeto al orden social. El evento político es neutro, neutraliza todas las oposiciones, no diferencia el suceso del actor, la intervención de lo intervenido, ni la obra del figurante. Nadie sobrevive en el mundo de la política si no sabe cuándo parar, cuándo recuperar las gestiones, acelerar las negociaciones, suspender las reuniones hasta nuevo aviso, cancelar los acuerdos y, sobre todo, si no sabe desaparecer, elegir el momento adecuado para apartarse de la primera línea, tomar distancia de posibles situaciones de riesgo.