El uso eminentemente político de una amplia gama de interruptores de estado, dispositivos fundamentales en el entramado oscilante de la estabilización y la desestabilización, que abren o cierran el paso según la naturaleza del flujo y la valoración reglamentaria, es en especial evidente en las entradas y las salidas de espacios, territorios y servicios. Desde la habitación del piso al edificio entero, de la calle transitada o desierta a la ciudad, y desde el país al continente, por no hablar de la proyección al espacio exterior, regiones lunares y supralunares, presa de colonizaciones y exploraciones, es de vital importancia controlar los puntos de entrada y salida de población, mercancías, animales e información. El control de acceso y de tránsito interno o externo, con sus correspondientes servicios de orden, infestan como una plaga el planeta entero y afectan a todas y cada una de las actividades, por inofensivas que parezcan; el más mínimo movimiento resulta sospechoso, excepto el propio de la interrupción y sus flujos biestables. La reorganización de las epidemias y sus criterios de validación, así como la futura implantación del escáner antropométrico, no son sino algunos indicativos de que la sospecha ha alcanzado al cuerpo y se ha convertido en el objetivo político prioritario, más que las consciencias, peligro potencial frente al que todas las medidas parecen pocas. Cuando el cuerpo es motivo de recelo, y estar vivo el problema, la preocupación es máxima; no tenemos otro, ni vidas de recambio.